Me acusaste
de haberte acusado
de cobardía.
Tienes derecho
a defenderte.
Por supuesto.
Espero tu alegato.
Sigo esperando.
Si en más de dos meses
no lo has hecho,
¿no será que no tienes argumentos?
¿Será que tú misma,
sabes,
sabías,
que la cobardía,
efectivamente,
estaba
en ti?
¿Que la estabas actuando?
Entonces....
¿A qué tu acusación?
No se tendría en pie.
Sería falsa.
Al menos,
equivocada.
Pero,
si los tienes,
los argumentos,
aún puedes presentarlos,
estás a tiempo.
Siempre lo estarás.
A mí,
en cambio,
no me dejaste
defenderme.
De hecho,
no me acusaste
de acusarte
de cobardía.
Directamente,
me condenaste.
Me aplicaste la condena.
Me extirpaste de tu vida.
Y por algo que yo no había hecho,
pues yo no te juzgué a ti,
como mucho,
juzgué
un acto tuyo,
una actitud.
Sin condena.
Con sus debidas cautelas,
con derecho a recurso,
a explicación.
Y ya te había pedido
tu punto de vista,
al respecto,
tus razones,
y quedaste,
por escrito,
en explicármelas.
Y,
aún más,
si alguien,
como sospecho,
te ha contado algo terrible
sobre mí,
me ha acusado de cualquier cosa,
¿no tengo derecho,
tampoco,
a conocerlo
y defenderme?
¿Quién está
juzgando
(o condenando)
a quién,
realmente?
Pensaba que eras
como muchas veces
afirmaste,
mi amiga.
¿Era verdad?
¿He de considerar que mentiste?
¿He de considerar que jugaste conmigo?
Gerttz