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Aquí te ofrezco el primer capítulo de mi novela EXOPLANET, La Nueva Civilización.

Si te interesa el libro, a la izquierda y abajo del todo tienes mi correo-e.

 

CAPÍTULO 1.

No sabía si me asustaba más el aturdidor ruido reinante o el creciente temblor bajo mis pies.

Pese a que la boca del túnel de disparo distaba más de diez kilómetros, a que yo llevaba protectores auriculares especiales, y a que mediaba un espeso vidrio blindado, por si las moscas, el sonido de aquellas inmensas toberas era cercano al límite de lo letal para los oídos.

Por suerte, aquel chorro lo encendían gradualmente, lo que hacía que las aves tuvieran tiempo de alejarse de su amenaza. Todos los animales con un mínimo de inteligencia huían en cuanto comenzaba a soplar ese monstruo tecnológico.

Y si los vegetales y los hongos no lo hacían, debía de ser porque no era un atributo de su reino.

Según aceleraba aquel Huracán G, preparando el sistema de succión-propulsión de la nave espacial en el tubo de lanzamiento, el atroz chorro fue generando aquellas luces que había visto ya en algunas imágenes que nos mostraron del sistema. Se debían, por lo que entendí, a la ionización del aire. Era como disfrutar de una aurora polar a capricho y medida, en plena franja ecuatorial.

En unas semanas, como mucho, en unos meses, sería yo, y quienes me acompañaban en mi inminente expedición, quien saldría lanzado por aquella tobera de muchos cientos de kilómetros, a velocidades asombrosas.

Me había interesado por la tecnología del lanzamiento magnetoneumático, investigué sobre él y había descubierto, con sorpresa, que había sido un paisano mío quien lo había ideado, décadas antes.

La idea de poner una nave espacial entera, y enorme, en órbita —y hasta fuera de ella— sin gastar un gramo de su propergol, reservando, así, este para la vuelta, para aumentar considerablemente su velocidad de escape o para acortar la duración de los viajes interplanetarios de solo ida, había revolucionado la carrera espacial.

Fue una auténtica sacudida en un campo que no había tenido avances considerables en el aspecto del despegue en 75 años, desde los V2 de Wernher Von Braun.

Ese radical progreso posibilitó volver a la Luna (1), permitió llegar a Marte, establecer colonias en esos astros, visitar el resto del Sistema Solar y, habiendo abaratado y puesto mucho más a mano los viajes cósmicos, ahora se podían plantear objetivos mucho más distantes.

Luego vinieron los nuevos modos de propulsión, que permitieron acercarse considerablemente a la velocidad de la luz en el vacío.

En poco tiempo, lo que la humanidad llevaba siglos soñando, se había hecho realidad: íbamos a ocupar otro mundo, a colonizar un exoplaneta.

Los altavoces anunciaron el inicio de la fase de despegue, propiamente dicho: la eyección. Ahora el enorme cohete, que llevaba vituallas y útiles a la joven y creciente colonia de Titán, comenzaba su andadura. Lo acababan de soltar y de poner en funcionamiento la propulsión a sus espaldas: iba a ser suczopropulsado.

El sistema magnético iba a acelerar la nave, a 10g, en unos seiscientos kilómetros de recorrido y en escasos dos minutos, para alcanzar la velocidad de escape terrestre. Tal fuerza de empuje sería insoportable para los seres vivos durante un lapso semejante, por lo que, en nuestro próximo lanzamiento, lo limitarían a los ya abusivos 4g, durante casi cinco minutos, en más del doble de recorrido de aceleración. El presente cohete estaba comenzando su salvaje trazado de disparo allá por el centro de Surinam. Nuestro, ya próximo, lanzamiento comenzaría en Colombia, atravesando parte de Venezuela (su extremo amazónico, al sur), el extremo norte de Brasil, Guyana, Surinam y toda la Guayana Francesa, para terminar en el cuernito nororiental de Brasil. Donde nos encontrábamos.

Esa seguiría siendo la rutina antes de migrar el sistema Huracán G a la Luna. A dicha segunda edición se la denominaba Huracán GS, añadiendo la apostilla S, de Selenita. La falta de atmósfera de nuestro satélite haría que, con solo el sistema magnético y sin tener que gastar una enormidad de recursos en mover una ingente masa de aire, pudieran alcanzarse altas velocidades mucho más fácilmente, porque, por una parte, allí los fluidos no eran problema y, por otra, la Luna atrapaba gravitatoriamente las naves de forma mucho más leve, imponiendo una velocidad de escape muy inferior a la terrestre: unos 2'38Km/s en vez de los 11'2 de nuestro planeta.

La mayor parte de los transportes lanzados, a la sazón, desde la plataforma Huracán G, eran ya para la construcción de la plataforma (que no túnel) de lanzamiento selenita. Muchas otras misiones estaban siendo relegadas. Cuando la Huracán GS estuviera en marcha se volvería a acelerar la invasión del espacio.

Pero ese no sería nuestro caso. Aún faltaban años para poder tener operativa dicha colosal lanzadera lunar y su ingente planta energética. Aunque la de la Tierra aún seguiría siendo la más grande y compleja, dadas las mucho más exigentes condiciones gravitatorias terrestres.

Para nuestro próximo lanzamiento ni siquiera íbamos a usar todo el recorrido diseñado, que comenzaría, en un futuro, a orillas del Pacífico. Añadir los alrededor de mil kilómetros desde Meta hasta Cauca estaba resultando lo más problemático, por cruzar bajo los Andes, por zonas habitadas de la costa y, sobre todo, por la inestabilidad de la corteza terrestre en dichos sectores. El nivel de exigencia ingenieril se había disparado. Y los trabajos ralentizado.

Pero el monumento espacial, que así se conocía también, lo iban a tener que completar con urgencia, pues la elevada tasa de despegues en sentido oeste-este ya comenzaba a influir en la velocidad de rotación de la Tierra, por lo que, sin tardanza, debían comenzar a eyectar los viajes no tripulados (o de carga no delicada, como el presente), de disparos más intensos, en sentido contrario.

Ya no eran los Estados Unidos de Norteamérica, (yo prefería denominarlos Gringolandia (2)), quienes lideraban la carrera espacial. Tras décadas de políticas erradas y abusivas, el resto del mundo tuvo que pararle los pies al Gigante Americano. Su economía se desplomó y los países emergentes le robaron la hegemonía.

Para no caer en la dictadura económica de China el resto de países se fue uniendo y resultó que, así, la CPLPD, la Confederación de Países Libres y Plenamente Democráticos, salió potenciada.

En eso de quitarle el liderazgo espacial a los gringos y rusos influyó mi paisano antes citado: cuando contactó con la ESA y Роскосмос (que se pronuncia Roskosmas, por cierto, y no Roskosmos) para ofrecerles la idea del nuevo sistema de propulsión, estableció la inquebrantable condición de que ni USA ni China ni ningún otro país no que no diera pasos sin retorno hacia la democracia directa, participaría.

Rusia había cambiado totalmente después del fiasco ucraniano, de la Operación Especial de Ucrania, la abortada Hija De Putin, como se la llamaba coloquialmente. Por suerte para todo el mundo y para la populación rusa, en especial.

Las instalaciones espaciales que tenía delante fueron el fruto de la colaboración internacional de dichos países, incluso, con el tiempo, se habían abierto al uso (como meros clientes) a gringos (tanto de uno como de otro bando) y a chinos, permitiendo, así, que el mundo se distendiese considerablemente.

La búsqueda de un nuevo planeta habitable, de la copia de seguridad, como se solía llamar informalmente, había vuelto a conciliar los países antaño en guerra.

Desgraciadamente la nueva era de entendimiento y colaboración había llegado un tanto tarde: las terribles consecuencias del cambio climático se estaban sufriendo por todo el Planeta y buscar nuevos hogares para la humanidad se había vuelto urgente. Ya se habían realizado varios, 5, lanzamientos de colonización a planetas prometedores y en un par de turnos, le tocaba a la expedición Génesis 6... Nos tocaba a nosotras.

El ruido, la velocidad y la luminosidad del chorro saliente iba en aumento, en poco tiempo saldría disparada la nave. Había oído que a esa velocidad, de cerca de 40.000Km/h ó unos 11Km/s, no había modo de ver el cohete, por muy grande que fuera. Más bien se intuía.

En un solo segundo dejaba la troposfera, en apenas más de 10 la atmósfera y en menos de un minuto la influencia terrestre.

Las imágenes que habíamos podido ver las grababan cámaras de altísima frecuencia. Ya estaban preparadas para eternizar la inminente eyección.

Miré la pantalla de cuenta atrás, encima de los guarismos crecientes que rondaban ya los dos minutos, aparecía la serie decreciente: en 15 segundos la nave Dione saldría a velocidades increíbles de la enorme tobera.

Miré a mi alrededor, vi que la mayor parte de mis colegas y del personal del centro de control, hacían la inaudible cuenta atrás con los labios, sin apartar un ojo del gran ventanal, mirándolo como hipnotizados.

...3, 2, 1...

Dione salió lanzada por la ligera rampa casi horizontal. En efecto, más que verse tan solo se apreciaba un ligero cambio en la luminosidad y en los colores de las luces del Huracán G. Bueno, en la de sus efectos secundarios, más bien. El explosivo ruido del momento en que la enorme nave abandonaba el conducto nos llegó, como una onda expansiva, segundos más tarde, sacudiendo el inmenso vidrio que intermediaba. Que nos protegía.

En los múltiples monitores del salón, que ofrecían vistas más generales, sí que podía verse la Dione, completamente envuelta en su aura iónica, en tomas hechas desde distintas distancias y ángulos que se iban alternando en las enormes pantallas.

Las miles de máquinas subterráneas de propulsión dejaron de inyectar aire a velocidad hipersónica a la atmósfera y, en unos segundos, al cesar el faraminoso chorro, todos los árboles se sacudieron al unísono intentando volver a su estado normal. Y se quedaron en un largo bamboleo cada vez menos coordinado. La atmósfera aún tardaría horas en estabilizarse tras cesar la salvaje dinámica del lanzamiento.

El mar seguía agitado, pese a haberse detenido la succión, que alteraba las corrientes de aire y creaba lluvias sin nubes a cientos de kilómetros de distancia.

La constelación de señales rojas que nos recordaba la obligatoriedad de los cascos insonorizantes mudó al verde en toda la sala. Fue un alivio. La gente que me rodeaba se fue sacudiendo de su estado hipnótico. Rompieron los bostezos, los comentarios, hubo unos aplausos, abrazos y gritos de júbilo por parte del personal de la Misión Titán que celebraba su duodécimo lanzamiento exitoso. Fue una explosión muy breve, pues todos sus miembros seguían casi sin quitar ojo a los monitores de información que indicaban que todas las fases del disparo estaban saliendo a la perfección: los motores de la Dione se habían encendido correctamente una vez esta fuera de la atmósfera, en pocos minutos la nave gastaría todo el propelente destinado a su aceleración exoterrestre. Por el momento, ya había agotado el contenido en su primera fase, la nave se liberó de tal parte y ya se dirigía a buscar la máxima velocidad alcanzada en salida al espacio, de unos 500.000Km/h. En menos de una hora y media ya estaría más lejos que la Luna, todavía en esa larga labor de aumento de velocidad, ayudada por los sistemas más avanzados. En unas cuantas semanas, creo recordar que unos dos meses, recorrida casi la mitad de su ruta, Dione emplearía el impulso joviano para redirigirse con aún más brío hacia el sistema de Saturno, donde describiría varias complejas órbitas de frenado, consumiría su tercera fase en tal cometido para que la cuarta pudiera alunizar en el mayor satélite del gigante anillado —y el segundo más grande del Sistema— donde entregaría los suministros para medio año a la creciente colonia de Titán.

Incluso toda la estructura de la Dione se aprovecharía, convirtiéndola en un nuevo edificio titaniano.

— ¡Impresionante! ¿Eh? —Escuché. Yo bostezaba aún, a mandíbula desencajada, cuando me di cuenta de que Sarah, a mi izquierda, me hablaba sonriente. Tal vez ya llevara un rato hablándome, o intentándome hacerme llegar algo. Cerré la boca con esfuerzo, al ir terminando mi bostezo, y, finalmente, la pude oír.

— ¡Perdona! —Espeté, reprimiendo el inacabable intento de restablecer la normalidad de mis oídos.— Sí, es alucinante. —Volvimos a dirigir nuestra mirada hacia el gran ventanal.

— Ya queda poco para que llegue nuestro turno. —Añadí, entre las réplicas residuales de mi gran bostezo abretímpanos.— ¿Nos atreveremos? —La miré de nuevo.

— ¡Qué remedio! —Exclamó.— ¡Después de todo lo que hemos invertido!

— ¡Y de lo que han invertido en nosotras! —Me volví para ver a Charles y Monique, a mi derecha, que se acababan de sumar a nuestra conversación.

Me caía bien la chica, aunque eso no era difícil, le caía bien a todo el mundo, de hecho, era considerada la relaciones públicas de nuestra expedición.

Cada cual ya tenía su papel definido. Los cambios a última hora habían sido pocos. El proceso de selección y de preparación había sido muy largo y muy duro. Pero ahora todo cobraba sentido y el equipo humano estaba más que consolidado.

—¿Qué tal os ha parecido? ¿Da miedo, no?

Fue Charles quien me respondió:

— Las estadísticas son prometedoras: el Huracán G está funcionando perfectamente. Y nuestro programa de entrenamiento terminando.

— Miedo sí que da. Yo no tengo reparos en confesarlo. —Fue Monique con su soltura y frescura quien aportó. Yo asentí y me pareció que Sarah también mecía la cabeza.

Todavía no lo había reconocido o confesado ante nadie, pero saber que en un... corto periodo de tiempo estaría retozando, tal vez, con aquellas bellas mujeres... era lo que, en realidad más me estimulaba del proyecto. Si algo debíamos hacer en aquel nuevo mundo al que nos iban a disparar, era reproducirnos. Y, con tal fin, nuestro equipo humano era mucho más femenino que masculino. En Tierra aún nos debíamos contener (no iban a aceptar ninguna mujer embarazada en esta fase ni en la del viaje) pero, una vez en destino, aparte de asentar la colonia, hacerla crecer era la finalidad principal.

La mano de Sarah apoyada en mi antebrazo me volvió a la realidad.

— ¡Axel! —Me miró.— ¿Te has enterado de que ya tienen la selección de niños completa?

Miré a mi compañera, a Charles y a Monique. Les sonreí. Toda la plantilla estaba al corriente, por lo que percibí.

— Sí. Me sondearon hace dos días para terminar con la clasificación. Les di mi opinión y, como pedagogo y especialista en supervivencia, creo —solté una risita— que la han tenido en cuenta.

— ¡Ya estamos todos, entonces! —Añadió Monique.

Todas. —Especifiqué yo. El francés había sido escogido como lengua oficial de la misión. Las modificaciones geopolíticas del mundo había modificado las lenguas de uso de nuestras corporaciones.— Mañana... —Dudé y miré al reloj.— ¡No! Pasado, nos presentarán a toda la guardería. — Rieron. La decisión de enviar a muy pocas personas adultas y, sin emnargo, a toda una prole de bebés en la expedición, todavía nos hacía gracia. Pero era una decisión lógica: menos peso para el lanzamiento, para el viaje así como para la desaceleración, era una ventaja. Y, eso, además, generaba gente más adaptada el nuevo planeta, al haber crecido allí.

— A mí lo que me da miedo es qué vamos a encontrar en esa nueva Tierra. —Sarah se puso un poco seria. Pero Charles hizo su papel:

— El espectroanálisis no deja lugar a dudas: la atmósfera es respirable, hay océanos y hay claros signos de vegetación, tiene que haber fauna, si no, no podría haber equilibrio allí.

— Sí. —Si había alguien capaz de quitar hierro a las situaciones más tensas, era Monique.— Nos vamos a ver en plena jungla llena de peligrosas fieras. —Emitió con intención, casi con énfasis.— Me siento mucho más segura viajando con guardaespaldas como vosotros. —Creí ver una chispa de irónica invitación en el gesto que nos dirigió a los dos y de complicidad en la mirada final dirigida a Sarah.

— Bueno, si eso de cambiar pañales nos da algo de tiempo. — Rió Charles.

— Creo que los berridos de nuestra guardería espantarán a cualquier fiera alienígena. —Las miradas de ellas rayaron la ternura. Sabía que dos mujeres jóvenes adultas, y con la maternidad pospuesta a la fuerza, eran especialmente sensibles al plan que nos aguardaba en ese lejano mundo. A esa parte del plan. Yo esperaba que el plan de fabricar bebés propios, al menos el de intentarlo, también las sedujera. A mí, lo que más. Por mucho que me gustaran los bebés ya fabricados y aún más segúnestos se iban desarrollando y ganando capacidades.

— Espero que nuestro nuevo hogar sea bonito. —Retomó ella.

— Se parecerá a la Tierra más de lo que crees.

— Espero que no se asemeje a lo que queda de la Tierra sino a la parte que nos hemos cargado, más bien. —Fue Iukka quien había soltado aquello. Se nos acababa de añadir junto con Druz y Marwin. Abrimos el círculo entre Charles y Sarah para acoger su adición.

— ¡Impresionante! ¿Eh? —Nos sondeó Marwin. Fue Monique quien soltó:

— ¿Lo del disparo o lo del jardín de infancia que el viernes nos presentarán?

— A mí me asusta más lo de la chavalería, pero a nuestras chicas —Druz hizo un gesto que designaba a las compañeras recién llegadas que lo flanqueban— creo que más bien las atemoriza el tornado ese.

Él era quien peor llevaba el francés. Su acento ozzie era marcado y enternecedor.

— Y la posibilidad de las fieras. Cosa que a un australiano lo trae sin cuidado. —Añadió Sarah mirándolo con un desdén fingido.

— Más bien se le cae la baba. —Druz era, por mucho, el mejor cazador del grupo y en eso de la adaptación al medio (y en lo de planificar y adaptar el medio a nuestra medida y capricho también) los dos éramos los pilares de la expedición, junto con la bióloga Marwin. Fue ella quien hizo el aporte. Su francés era muy lindo, y su acento kiwi aún más encantador. La verdad que el elenco femenino era todo muy de mi gusto. Y los largos meses...no, años ya, de abstinencia me añadían ganas de catarlo.

— ¿Os habéis enterado? —Nos preguntó Iukka bajando el volumen y acercándose al centro del círculo.— ¡A Bjiorn lo han rechazado, no va con nosotr@s (3)!

El asombro se leyó en varias caras. La de Sarah delataba que ya estaba al corriente. Yo asentí.

— Es un problema médico. —Aporté yo.— No iba a poder soportar la hibernación. Lo sospechaban hace meses. A Sarah, a Charles y a mí nos han tenido que transferir varias de sus funciones. —Las personas mencionadas, ya al corriente, hicieron un ligero asentimiento. En los demás rostros la resignación era visible, cuando no la sorpresa.

Era duro perder un colega tan preparado, alegre y eficaz como Bjiorn. Pero perderlo por la ruta espacial habría sido mucho peor que ahora y con vida.

— ¿Y no van a poner a nadie en su lugar?

— Ya no se puede. Por suerte Sarah puede sustituírlo en Geología, yo en la parte técnica. Y en lo de los cultivos, entre Axel y tú, Iukka, podréis cubrirlo. —Dijo Charles. Iukka me miró. Era la artesana del grupo y una artista formidable. Yo ardía en ganas de probar esos musculosos brazos rodeándome la espalda. Y explorar el resto de su atlético y tostado cuerpo. Incliné la cabeza mirando hacia ella y le hablé de la forma más tierna posible:

— Creo que has demostrado más que interés en lo de la agricultura. Podremos contar contigo. ¿No? —Sus ojos azabache me miraron a través de sus negros rizos. No sabría decir si tenía que leer deseo en sus labios, pero su boca se abrió ligeramente en un gesto de lo más sensual. Sonrió.

— Sí. Reconozco que me gusta cultivar. Y yo también cuento contigo.

Habíamos conseguido cosechas experimentales increíbles. Mucho más generosas que lo que los diseñadores de nuestro programa jamás hubieran soñado. Y algunas de las buenas ideas e intuiciones que las hicieron posible eran de Iukka.

Por megafonía hicieron saber que todo iba bien con la Dione y, acto seguido, llamaron al personal de la misión EXO-6 (al de la nave Génesis 6) a la zona de transporte: nos devolverían a nuestra base de operaciones en unos minutos.

Caminamos hacia el hall y me acerqué a Iukka mientras veía que Todiy y Svetta se nos aproximaban provenientes de los puestos de ingeniería espacial, desde donde, con sus colegas, habían seguido todo el proceso de lanzamiento.

— He visto las últimas cabañas que habéis construido. —Le dije a la impresionante africana a la que me pegué.— Cada vez os superáis más. Me parecen auténticos palacios, prácticos y completos. —Iukka me lanzó un vistazo con una franca sonrisa.— ¿Nos vais a explicar y entrenar con esas técnicas? —Inquirí.

— Me dijo Morelli que solo si nos da tiempo y que con la mitad de la plantilla entrenada bastará. Ahora ya estamos con el horario apretado y, por lo que dicen, aún van a sobrecargarnos más los próximos días.

— Es de esperar. Pero recuerda que, para que podamos hacer una copia de seguridad de la Tierra allí, debemos empezar por disponer de una copia de seguridad de nuestras propias técnicas.

— ¿Esperas que tumben a alguien más o que se raje gente, acaso?

— No. Lo de Bjiorn se sospechaba hace tiempo. Su química no estaba muy equilibrada y el anticongelante lo iba a matar casi seguro. Pero —Le dirigí una mirada a los ojos. Ella me correspondió con su cálida mirada afro.— Nadie tiene la seguridad de sobrevivir a tantos años de hibernación. Y siempre puede salir algo mal. —Lo dije tomándola del antebrazo. Pareció sorprendida.— No está de más cumplir con el diseño de doble estrella: nadie ha de ser imprescindible. —Iukka llevó su mano derecha sobre la mía en su brazo y le apretó un poco.

— ¡Y pensar que hace un año y medio nadie apostaba por ti!— Fue ella quien me miró y en su mirada vi algo más que cariño y ternura. Fue mi momento de posar mi mano izquierda en el conjunto de extremidades ya reunidas entre ella y yo.

— Sí. Había pasado unos años muy duros antes, pero este proyecto me ayudó mucho a descubrir lo que realmente quería, deseaba. Poner en marcha una humanidad nueva en un planeta virgen me parece lo más atractivo que me ha ocurrido en la vida. Y me he sentido muy ayudado, aceptado y válido.

— Parece que has rejuvenecido 15 años en estos meses. Y para mí eres el más necesario de todo el equipo. —Dudé. ¿Se me estaba insinuando? Yo estaba ya cansado de que mi prolongado celibato me llevara a sexualizar todo. Por suerte nuestro planning sobrecargado lo mantenía bajo control. Y en nuestro destino eso me ayudaría a trabajar en serio.

Lo siguiente sonó a un híbrido entre aclaración y excusa un poco precipitada. Me pareció detectar un poco de rubor en ella.

— Sabes de todo, has aportado mucho conocimiento y experiencia a la vida del grupo y creo que eres tú quien ha ayudado más a conjuntarlo.

Me sorprendió la revelación. La verdad es que eso de ser el más veterano de la selección (estaba ya en mi cuarentena) no me ayudó inicialmente a sentirme acogido entre gente a la que casi duplicaba en años, pero, con el tiempo, mi experiencia con grupos humanos y equipos de trabajo, hizo su surco, y aportar técnicas de resolución de conflictos, de apoyo mutuo y de colaboración eficaz, ayudó mucho a que me consideraran un candidato prometedor. Y a que me seleccionaran.

En dos años había recuperado gran parte de mi energía de juventud y el sentido que a mi vida errante le había faltado durante casi dos décadas. Pero es que un proyecto de existencia en una naturaleza intacta, construyendo un nuevo mundo, era lo que había estado esperando, sin siquiera saberlo, durante toda mi vida y para lo que, inconscientemente, me había estado preparando. Todo tomaba sentido así.

— Iukka, —Le susurré casi.— Si alguien me ha apoyado durante estos meses has sido tú, y tu saber estar, tu saber hacer, tu capacidad para afrontar dificultades y tu claridad mental han sido para mí un faro. Me he alegrado mucho de haberte visto aprobar todas las selecciones. —Se apoyó un poco en mí y me apretó la mano entre la suya y su brazo. La correspondí.— Y la belleza que desbordas. —Sentí un poco de tensión en ella. Esperé que mi última aportación fuera lo suficientemente ambigua: no solo era bella ella, sino todo lo que tocaba lo hacía con tal amor y sentido del gusto que su entorno siempre se veía embellecido con una elegancia orgánica, natural, casi salvaje.— Creo que tu tecnología secular y tu carácter africano son de lo más valioso que podemos llevar a... ¡Bueno, al dichoso planeta ese de nombre impronunciable!

Noté que se distendía con la carcajada que soltó. Le hice eco. Y deshicimos el medioabrazo para franquear el pórtico, no sin antes echarnos un mirada cómplice y cariñosa.

La verdad es que en estas últimas semanas, ya aclarado quiénes íbamos a partir y nuestros cometidos, hasta las fechas, más definidas, se estaba creando una conciencia de que con esas personas que quedábamos en el programa, íbamos no solo a compartir el resto de nuestras vidas sino que también afrontaríamos el desafío más impresionante que ningún humano encaró antes en, por lo menos, los alrededor de 6 millones de años de género Homo.

Quitando a las tripulaciones de las demás expediciones Génesis.

Aunque en muchas décadas no sabríamos nada de ellas. Si llegábamos a tener noticias.

No había garantías. Ninguna.

Svetta me esperaba en la salida. Me sonrió. Una belleza ucraniana que se había manifestado, con su compañera rusa Todiy (Tadasnaya era su apellido completo), como la ingeniera aeroespacial más apta para nuestra misión. La primera era más abierta y vital que Todiy, pero esta, la mejor astrofísica que nos podíamos echar al viaje, nunca lejos de su amiga, aportaba un poso muy tranquilizador al grupo.

Desde los inicios vi que las dos, de dos países vecinos con mucho en común pero con una rivalidad y conflictos geopolíticos evidentes, hasta sangrantes, se complementaban y aportaban un saber enorme al equipo. Nos dolió la pérdida de otros técnicos tan preparados como ellas, pero nadie habría hecho mejor el papel que las eslavas terminaron por merecer. No solo me enseñaron ruso (mucho más allá de los rudimentos que traía puestos), me ayudaron a amar las estrellas, a desempolvar y a dominar la física hasta niveles muy avanzados. Debatir con ellas de los misterios del Universo, de las fuerzas y fenómenos que lo gobernaban y de la realidad oculta del mismo, se convirtió en uno de mis mejores pasatiempos.

Y beber vodka recién sacado del congelador, ese agua polar de efectos retardados pero explosivos que ellas trasegaban como si se tratara de zumo. Cuando se ponían, que, por suerte para mi hígado, era pocas veces.

Nos estábamos cogiendo cariño. Todo el equipo. Y la semana entrante íbamos a convertirnos en madres y padres de un enorme grupo de bebés que, en un mundo aún desconocido, tendríamos que criar. Si todo iba bien.

— Ha sido un lanzamiento perfecto.— Me confesó en su francés eslavo. Me empujó dulcemente de forma que me colocó entre ellas dos. Miré a Todiy, siempre pareciendo un poco ausente pero siempre sin perderse nada. Cuando la ucraniana se me acercó como para soltarme una confidencia, agarrándome del brazo izquierdo con sus dos manos, noté que había brindado con su bebida favorita. Na zdarovia!  Me la imaginé elevando sus copas transparentes con el resto del cosmoequipo como lo denominaba el astroequipo. Añadió con una euforia casi infantil:

— ¡Me han permitido visitar la Génesis 6, nuestra nave! —En su boca sonó más a ГИЭНИЭСИС (Guieniesis), supongo que por contagio por parte de sus colegas rusos, no era una tendencia típica ucraniana. La miré sorprendido por la noticia.

— Su construcción avanza muy bien. —Me informó pasando al ruso y lanzando una mirada a su inseparable amiga. Esta siguió concentrada en sus propios pasos como si se trataran de un trabajo a plena jornada.— En unos días terminarán las pruebas de toda la electrónica y comenzarán a poner los recubrimientos. —Terminó Svetta.

— ¿Probaste el revólver?

Me refería al sistema de generación de gravedad artificial, que íbamos a tener que usar de forma habitual durante nuestra fase consciente del viaje, para mantener unos parámetros aceptables de musculación y osificación. Durante la larga hibernación, por el contrario, no solo era innecesario sino inútil.

— Sí, pero bajo gravedad no va bien.

— Ya, esta se suma y se resta al efecto de la centrifugación. Es jodido.

— Lo jodido, aquí en tierra, es el acceso al tambor. Tienen puestas escaleras de mano, pero, aún así, cuesta entrar y mantenerse. Hay que atarse. Y hacer eso en movimiento es muy complicado y, si se parte de parado, son complicados los arranques y paradas. Y, sí, la adición y sustracción constante de la fuerza terrestre fastidia mucho.

Ya desde que se ideó el sistema en la literatura y cinematografía de ficción futurista, se pensó en una gran rueda que contuviera y centrifugara a las personas que entraran en ella, de forma que experimentaran una sensación de gravedad equivalente a la terrestre. Pero en estas ficciones no se daban cuenta de que para centrifugarse así había que atarse a la estructura pues, en otro caso, se flotaría en el vacío mientras la noria nos giraría alrededor. O nos machacaría contra la pared incidente. Nuestro equipo lo había resuelto haciendo unas cámaras separadoras donde las paredes —el suelo que pisaríamos durante la centrifugación— no eran radiales sino inclinadas, algo así como si se tratara de una hélice, con el ángulo adecuado como para mantenernos de pie compensando la tendencia centrífuga y convietiéndola en una sensación de pesantez axial equivalente a la gravedad terrestre. Así sí que era viable la gravisimulación.

Me dirigí a Todiy en la lengua de ella:

— ¿Podemos fiarnos de esos ingenieros borrachines, camarada Tadasnaya?

Me lanzó una mirada sutil, de reojo, con una sonrisita tímida asomando, al oírme emplear un lenguaje ruso coloquial. Me había esforzado mucho en aprender las lenguas de todos los demás miembros del equipo. Lo consideraba clave para estar integrado, e integrar. Y sabía que estos lo apreciaban. Mis amigas eslavas más que nadie por la doble dificultad de sus lenguas (con el añadido del alfabeto ciruélico, como en bromas yo lo denominaba). Consideré que educar a nuestra generación futura en varias y variadas lenguas iba a ser un aporte incomparable a la flexibilidad de su pensamiento. Ya contábamos con 9 lenguas maternas distintas y yo me defendía bien en 8 de ellas y sorprendía cada día más a Iukka en su propio idioma nativo, el Nuru. En realidad este era mi favorito, junto con mi primera y también antiquísima lengua. Me sorprendieron varios puntos en común entre ellas, de hecho, según aprendía la curiosa lengua africana.

— Sin duda, doctor Axelnikov. —Me bromeó de vuelta, con título y nombre inventados.— Estamos en manos más que eficientemente temblorosas. —El sutil humor de Todiy era de los más afilados y agudos de toda la expedición. Svetta y yo nos partimos la caja. Ella me interrogó:

— ¿Cómo se han tomado lo de Bjorn?

Svetta siempre se me mostró cercana, al menos desde que se quitó la capa de inicial seriedad tan típica en Rusia y entorno, aunque yo ya había terminado por adivinar y desentrañar en ella la calidez típica del sur de Ucrainia, y hasta a Todiy la había pillado varias veces desmelenada como solo se sabía mostrar con su amiga de un país enemigo. Así se llamaban en broma, pero con una parte de verdad.

Fuimos entrando en el avión que nos llevaría a nuestros cuarteles de la Guyanne en una media hora.

Dejé a las bellezas eslavas para acercarme a Erwin y sentarme con él. Era el intelectual e ingeniero informático del grupo. Lo llevaba buscando un rato.

— Me han dicho que quieres poner en práctica unas modificaciones en la secuencia de lanzamiento del G-Hurrikan. — Acostumbrábamos a hablar en su alemán natal, bueno, el suyo propio era un dialecto, de los muchos parecidos al alemán que se daba en los profundos valles de Suiza, pero conmigo hablaba el alemán estándar, o un francés muy marcado.

Me miró, alzando la cabeza y con una expresión de como si se intentara explicar a sí mismo cómo podía estar hablándole un cordero. Me recordaba mucho a Tadasnaya en su capacidad de no parecer presente. Y, luego, como si se sorprendiera aún más de verse a sí mismo hablando con tal extraño animal de maloliente rebaño, me supo aclarar:

— Sí. Les he propuesto unos cambios en el sistema de control de lanzamiento. Hay unos algoritmos que podrían mejorar el acoplamiento de los sistemas neumáticos y magnéticos en dos puntos concretos del régimen. —Se abstrajo unos segundos y, al cabo de ese tiempo, volvió a aterrizar:

— Lo están estudiando.

Otra pausa.

— Podríamos aumentar un 1 ó un 2% nuestra velocidad.

— ¡Eso es mucho! —Me sorprendí. Suponía varios miles de kilómetros más a la hora, como mínimo.

— Podría acortar el viaje en casi medio año. —Dijo él como distraídamente.

— A ver si te hacen caso. Eso aumentaría nuestras probabilidades de supervivencia en cerca de... un...

— Un 4 %. —Dejó caer él en un modo distraído.

— ¡¡¡4%!!!!  ¡Sería genial!  Llegaría viva...

— Una persona más. —Ahora sí me miró.— Espero que lo tengan en cuenta y confirmen mi propuesta, si es buena.—Bajó de nuevo la cabeza a su ordenador.

— ¡Ojalá lo sea!  Que llegue una persona más o una menos puede hacer una diferencia enorme en las probabilidades de supervivencia del resto del grupo.

— Claro.

Llegó Schmidt, otro ingeniero germánico, aunque este era alemán de pura cepa. Viendo que tenían conversación para rato y que el avión maniobraba ya para la pista de despegue, le cedí mi plaza antes de que nos mandaran atarnos. Me lo agradeció.

Caminé para la cola del aparato buscando hueco y con quién conversar. Linyú estaba en el lado pasillo, pero tenía la plaza de ventanilla libre.

— ¿¡Cómo puede estar la chica más guapa e inteligente del baile sola!? —Le espeté a guisa de saludo.

Me miró por encima de sus gafas de montura negra. Me parecía una elección retro que le quedaba la mar de bien.

— Solo tu taiwanés es peor que tu mandarín. —Me respondió con todo el desprecio fingido que sabía reconcentrar.

— ¡Por eso mismo te necesito tanto!  ¡Y me alegro de encontrarte libre!

Me rió la gracia dejándome pasar a su lado. Yo sospechaba que Linyú sufría un poco de síndrome bipolar. Muy contenido, pero presente. Latente. En compañía era una delicia de optimismo, pero la soledad se le echaba encima como una desgarradora y depresiva zarpa. Suponía que había vivido una temprana experiencia traumática y sentía curiosidad por conocerla. Ya saldría, con el tiempo, las experiencias angustiosas claman ser resueltas, aunque, salvo en infantes, de la forma más retorcida posible. Llevaba tiempo. Muchas veces precisábamos de terapia el resto de nuestras vidas para descubrir, dilucidar y resolver los traumas de la infancia.

Me alegré de compartir el viaje con ella. No solo por no dejarla sola. Me encantaba. Sí, también ella.

Colocado ya en mi asiento, miré por la ventanilla orientada hacia el oeste. Aún quedaba un rescoldo de claridad en el horizonte. Como el disparo iba dirigido al encuentro con Júpiter y alejándose la Dione del Sol, había que lanzarla justo a la puesta de nuestra estrella. Y en plena cintura ecuatorial eso eran siempre las 18h.

Ahora eran las 19, menos unos minutos.

— El viernes nos presentan la guardería. —Le notifiqué.

— ¿Ya la tienen decidida?

— Sí, completaron los análisis genéticos y metabólicos. Las decisiones ya están tomadas.

— ¿Lo de Bjiorn... te lo han dicho?

Algunos nombres occidentales le costaban mucho.

— Lo de Bjorn me lo han dicho, sí.

Ella captó mi indirecta.

— Mi francés es mucho más avanzado que el tuyo.

— Estoy deseando probar tu francés.

Esta sutileza se le escapó.

— Y mi inglés.

Pasé al castellano:

— También estoy deseando probar tus ingles.

Esta lengua la desconocía casi por completo. Ella.

— No me hables en español. No sirve para nada.

— Bueno, eso lo verás en unas semanas, cuando vayamos a Colombia.

— Hablarán inglés allí.

— Menos de lo que te crees. Y peor de lo que te puedes imaginar.

— Me alegro de haber nacido en Taiwán.

— Sí, en la China libre que no tiene que camuflar su capitalismo.

Me miró de reojo. Añadí con sorna:

— Nieta de Chiang Kai-Sheck e hija del Kuomintang.

— ¿Y tú... por qué tienes que saber tan de todo?

— Para hacerte sombra. Si no, al sol, te quemarías.

— Nosotros no nos quemamos.

— Totalmente cierto, vosotras quemáis al resto.

El avión aceleró. El respaldo nos presionó. Percibí tensión en ella. Y en la cabina. Pensé en cómo tomarían mis colegas los largos minutos de 4g que nos esperaban en poco tiempo.

Le posé la mano cerca de su rodilla y supe, dentro de mí, que ella lo agradecía. Ni siquiera soltó uno de sus habituales improperios. Lo que, en ella, era todo un halago.

 

 

Aquí te he ofrecido el primer capítulo de mi novela EXOPLANET, La Nueva Civilización. Si te interesa el libro, arriba a la izquierda y abajo tienes mi correo-e.

(1) Enorme el chasco el que se llevó toda esa creciente banda de conspiranoicos cuando se pudieron ver los restos de las primera expediciones, las Apolo, en directo por las televisiones de todo el Globo. Sí, porque, además, la Tierra era esférica (y maciza, dicho sea de paso) y los cinturones de Van Allen superables. Evitables, más exactamente.

(2) México también se componía de Estados Unidos y también se ubicaba en Norteamérica. Y Brasil había sido Estados Unidos casi durante un siglo (de 1889 a 1968).

(3) Los artículos y pronombres plurales en francés son neutros.

Gerttz